Cuando yo era joven y estudiaba informática, es decir, en tiempos en que los dinosaurios, decíamos que los ordenadores eran “tontos muy rápidos“. Con esa definición de “tonto” queríamos expresar que las instrucciones que eran capaces de ejecutar eran tan sencillas que hasta un político podría entenderlas, y que su capacidad de ejecutar tareas complejas era muy limitada.
Con el paso de los años, se pasó de la percepción de que era una calculadora sofisticada a ser como un asistente personal que lleva el control de toda nuestra vida. Desde las fotos de nuestros hijos hasta cuándo tenemos la próxima consulta médica, pasando por recordarnos que hace tres meses que no llamamos a nuestro primo. Es decir, el “tonto” se hizo más pequeño, más sofisticado, más rápido y con más capacidad. Con la IA pareció llegar un nuevo paradigma, donde el “tonto” pasaba a ser un listo. Al menos, eso era lo que nos vendían con el nombre comercial de “inteligencia artificial”.
Aunque la palabra inteligencia no tiene una definición clara (ni siquiera para algunos humanos que conozco), aquí os dejo un estupendo artículo sobre la misma que recomiendo leer (la página web también es muy interesante si os interesa profundizar en estos temas):
Yo, por mi parte, en mis frikadas informáticas (sí, soy ese tipo de personas que ve belleza en el código de la programación), me he dado cuenta de que esta inteligencia tiene un límite bastante cercano. Cuando le preguntas cosas que están documentadas, la respuesta es tan buena y rápida que te hace sentir como si tuvieras a Einstein de asistente personal. Consulta diversas fuentes y es capaz de hacerte un resumen o de darte la mejor solución en un tiempo verdaderamente breve. Una ayuda magnífica, vamos. Sin embargo, cuando llegas a un problema que ya no está documentado, es como pedirle a tu perro que te explique la teoría de cuerdas: da vueltas, te mira con cara de no entender, y al final te trae la pelota. La IA hace algo parecido: da vueltas alrededor de un círculo más o menos amplio en el que te ofrece constantemente las mismas soluciones que en realidad no son soluciones; le falta la capacidad de ser creativa, de explorar caminos aún no trillados.
Por tanto, la IA no es una inteligencia, es un modelo de lenguaje muy sofisticado. Es una gran ayuda en los trabajos rutinarios que la mayoría de los seres humanos realizamos en nuestro día a día, pero a partir de ese punto no se le pueden pedir peras al olmo. No dudo que dentro de poco tiempo seamos capaces de ver las primeras muestras de inteligencia en máquinas. Imagino que pasará lo que pasó con las máquinas de ajedrez: en un principio raramente ganaban (como yo jugando al ping pong), posteriormente eran derrotadas por los campeones humanos, pero poco después, para estos se volvió una tarea imposible.
A pesar de todos los nubarrones que hay en el horizonte sobre la IA, estamos cerca de empezar a ver las primeras muestras de “inteligencia real”. Disfrutemos del viaje, porque estamos viendo cómo está cambiando la historia de la humanidad e iremos descubriendo si ese cambio nos gusta o no. Quién sabe, quizás en un futuro no muy lejano, nuestros asistentes virtuales nos estén contando chistes sobre lo tontos que éramos los humanos en 2024.
No sabiendo muy bien que iban a salir disparadas las 3 estrellitas, no puedo o no sé enmendar mi error para darle una calificación superior a tu artículo, quedé esta anotación como testimonio de que hubieran sido 5
Me gusta las notas de humor que tenía el artículo. Saludos
No pasa nada 😉
Yo tampoco sé cómo hacerlo, la idea es ir viendo qué tipo de artículos gustan más y cuáles menos.