Nuestra valoración
Hay restaurantes en los que sencillamente se come bien, y hay lugares donde, por razones misteriosas, sucede algo extraordinario: una sinergia inesperada que convierte una buena comida en una experiencia inolvidable. No sé si es la química entre sala y cocina, una alineación de planetas o el polvo mágico de un hada traviesa, pero es innegable que en Lina vivimos una comida absolutamente mágica.
Lo que comimos
🍷 Llegamos agotados tras toda una mañana de reparaciones en casa y con poco más que un café en el estómago. Preguntamos si tenían Jerez y, al recibir una respuesta afirmativa, no lo dudamos: dos generosas copas de manzanilla Nave Trinidad para empezar, fresca y compleja, que nos sentó como el mejor de los aperitivos mientras hojeábamos la carta.
Mientras hojeábamos la carta, hicimos lo que suelo recomendar a todo el mundo: ponerse en manos del maître, en este caso Sebastián, que recibió nuestra frase “la verdad es que no sabemos que pedir, pero espero que tú sí” con una sonrisa cómplice. Y ahí empezó la magia.
🍴 Snack de crema con pepino. Muy fresco, ligero y perfecto para abrir el apetito. El tipo de bocado que te dice: “lo que viene ahora, promete así que no te relajes, que esto va en serio”.
🍴 Pan y Mantequilla Francesa. Siguió un pan de corteza crujiente y miga suave, acompañado de una espectacular mantequilla francesa, tan untuosa y aromática en que cada bocado era una invitación al pecado, ¡pero qué pecado tan delicioso!.
🍴 Berenjena japonesa en escabeche suave. Aquí tengo sentimientos encontrados. Nos encanta el escabeche y esperábamos algo con más fuerza, más punch. El plato era rico, sí, pero quizá demasiado sutil para lo que pedía el cuerpo ese día.
🍴 Tartar de pez limón sobre crema de anacardos. El espectáculo vino con un tartar de pez limón, preparado ante nuestros ojos en mesa. Verlo montarse fue entretenido, como ver un truco de magia, solo que aquí el conejo era un pescado y el sombrero, una cuchara. El pescado, cortado a cuchillo, se marina brevemente y se sirve sobre una cremosa base de anacardos, rematado con caviar cítrico y un toque crujiente. Verlo montarse fue entretenido, pero lo bueno fue degustarlo: la untuosidad de los anacardos enlazaba de maravilla con el delicado pescado… un plato verdaderamente sorprendente.
🍴 Le siguió el mahi mahi, un pescado tropical blanco que no habíamos probado antes. La pieza, perfectamente cocinada y jugosa, era más sabrosa de lo esperado y venía acompañada de una salsa tipo vinagreta muy suave, que subrayaba y no enmascaraba el sabor del pescado. Una combinación sencilla pero no por ello menos valorable el resultado final.
🍴 El siguiente paso fue un auténtico festín: costilla de angus cocinada a baja temperatura durante 36 horas, tan tierna que prácticamente se deshacía. Iba acompañada de zanahorias encurtidas en trozos y un delicado toque de tamarindo, que daba un contrapunto dulce y ácido. La carne, melosa, y las zanahorias crujientes y vibrantes, creaban un juego de texturas y sabores realmente inolvidable.
🍰 Aunque llegamos sin hambre al postre, Sebastián sugirió que probáramos algo que todavía no figuraba en carta: sopa fría de guayaba con fresas. Refrescante y diferente, aunque quizá no fue el broche ideal para nuestro gusto; aun así, se agradece la creatividad y el deseo de escuchar la opinión del cliente.
🍷 Durante la comida, compartimos una botella de Punta Corral, un tinto argentino donde la Malbec es la estrella y la Syrah se siente presente; intenso, redondo, aunque personalmente no es mi variedad favorita.
🍷 Para acompañar el postre, una copa de amontillado de Bodegas Tradición —acierto total— y una copa de Ariyanas, un vino naturalmente dulce de Málaga, que acompañó de maravilla el final de la comida, al punto de que el postre casi sobraba
Lo que pagamos
💶 Y ahora viene la temida pero necesaria parte: la cuenta. El total fue de 169 euros para dos personas, es decir, unos 85 euros por cabeza. Si excluimos los vinos (que fueron varios y muy bien elegidos), la comida en sí se quedó en 118 euros, lo que supone unos 59 por persona. Teniendo en cuenta la calidad, el mimo en cada plato y las casi tres horas y media de disfrute sin prisas, nos pareció un precio más que razonable. Sobre todo si lo comparas con lo que cuesta una tarde en el cine con palomitas y refresco, que eso sí que es un caro.
Lo que pensamos
🗨 ¿Y sabéis cómo acabamos en Lina? Porque el primer restaurante en el que habíamos reservado nos dijo que teníamos una hora y 45 minutos para comer. Error. Como ya sabéis, yo eso de los turnos lo llevo bastante regular. Así que buscamos alternativa y dimos con Lina.
🗨 Entramos a la 13:30 y salimos a las 17:00. Sin prisas, sin relojes, sin sentirnos parte de una cadena de montaje. ¿Habría sido igual de mágica esta comida si hubiéramos tenido el cronómetro encima? Estoy seguro de que no.
🗨 En resumen, no me dejo llevar fácilmente por el entusiasmo, pero lo que vivimos en Lina fue especial. No solo por el trato impecable o por los platos bien pensados y mejor ejecutados, sino por esa rara sensación de que todo encajaba, de que todo estaba en su sitio. Restaurante Lina se gana las cinco estrellas no por un plato en concreto, sino por la experiencia completa. No te puedo asegurar que vayas a vivir el momento especial y mágico que tuvimos nosotros, pero sí que creo que estoy en condiciones de garantizarte que vas a comer muy bien y que al final el precio no es para nada disparatado.
🗨 Quizás te pueda aparecer exagerado, pero en el momento de escribir esta reseña aparece en Google Maps con 228 reseñas y 5/5. Como diría mi abuelo, algo tiene el agua cuando la bendicen.
Las fotos
El video
El Podcast
Recuerda que este podcast se ha generado automáticamente con IA a partir del texto de este artículo. Puede contener errores.